sábado, 16 de octubre de 2010

Nuestro “Diktat de Versalles”


¡Ay de los vencidos!




La Primera Guerra Mundial (1914-1918) fue una contienda tremenda en todo sentido de la palabra. Para tener una idea aproximada, digamos que en la batalla de Verdún murieron 530.000 hombres y en la ofensiva del Somme, las bajas superaron el millón. El saldo final de la gran Guerra fue de 10 millones de muertos y 20 millones de heridos y mutilados en el campo militar, sin contar las numerosas bajas civiles. Alemania, el país que no fue derrotado sino entregado por sus traidores de adentro, sufrió la peor parte con 2 millones de muertos. Había movilizado un ejército de 13 millones de hombres.

Las potencias vencedoras, lideradas por Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos e Italia, se instalaron en Versalles en Enero de 1919 para imponer sus condiciones a los vencidos.

El territorio alemán fue desmembrado, de modo que Francia se apropió de Alsacia, Lorena y la cuenca carbonífera del Sarre. A su vez, Austria fue separada “con prohibición de volver a formar parte de Alemania”; Polonia se quedó con Posnania y la Alta Silesia (Danzig pasó a llamarse Gdansk); Dinamarca con el Schleswig septentrional. La región de los sudetes pasó a formar parte de Checoeslovaquia y las colonias alemanas se repartieron entre Gran Bretaña, Francia, Japón y Bélgica. Por su parte, Italia se apropió de Trieste, Istria, el Tirol sur y el Trentino-Alto Adige.


Las Fuerzas Armadas alemanas fueron desmanteladas y de ese modo el ejército sólo podía contar con 100.000 hombres, la Armada con 15.000 y se disolvía la fuerza aérea. El servicio militar obligatorio fue suprimido.

También se disponía el desguace de la imponente maquinaria industrial alemana, principal competidora de Inglaterra y Francia. Así, 60.000 toneladas de maquinaria de las industrias Krupp fueron destruidas luego de Versalles. Los buques de la Marina Mercante alemana fueron confiscados como pago de indemnizaciones, y los aliados se apropiaron de 14.000 aviones alemanes. No se permitía a los alemanes poseer tanques ni blindados de ningún tipo.

Se prohibía la fabricación de submarinos y de buques que superaran determinado tonelaje, como asimismo la elaboración de material de guerra o de uso militar. A su vez, la producción de carbón mineral y hierro pasaban a estar bajo control de las potencias vencedoras.

Las onerosas condiciones se conocieron como el “Tratado de Versalles”, que fue suscripto el 28 de Junio de 1919 por el gobierno socialista de la recién creada República de Weimar. Los alemanes, por su parte, lo llamaron el “Diktat de Versalles” (Dictado de Versalles). En un documento complementario, dado a luz en París en 1921, se imponía a Alemania una deuda externa por indemnizaciones de guerra, que llegaba a los 132.000 marcos oro.

El Senado de los Estados Unidos rechazó ratificar el Tratado de Versalles. Uno de los miembros de la delegación norteamericana dijo: “Esto no es un tratado de paz. Puedo ver al menos once guerras en él”.

Al gobierno militarista del Kaiser Guillermo, le sucedió la Democracia. En Alemania se instalaron la miseria, el desempleo, la hiperinflación, el cierre de fuentes de trabajo, las cocinas de caridad, los dormitorios colectivos para indigentes, las huelgas, los motines, las barricadas, la violencia, las humillaciones públicas a los militares. Y una deuda externa impagable.

El quiebre del principio de autoridad, trajo el desorden y la decadencia moral. Surgieron los cabarets con los primeros travestidos, los prostíbulos de homosexuales, la prostitución infantil, el tráfico de morfina y cocaína, el arte decadente.
El caso de Argentina

¿Porqué traer a la memoria aquél Tratado de Versalles? Porque existen demasiadas analogías con la situación del país. Porque cuando se analizan los graves problemas que sacuden a la Argentina, nadie o casi nadie llega al nudo de la cuestión: estamos pagando el precio que nos imponen los vencedores de la Guerra de Malvinas.

Nos han dado el trato de país derrotado en una guerra, librada contra la primer potencia naval de la OTAN en Europa: Gran Bretaña. Potencia europea que tuvo el apoyo de otro país beneficiado con nuestra derrota: Chile. Y que hizo base en la Isla Ascensión, y empleó los servicios de información satelital de su aliado natural: los EEUU.

Veamos cuáles han sido los hechos que demuestran a las claras lo que afirmamos.

En el último tramo del Gobierno de facto, Domingo Felipe Cavallo abultó el endeudamiento externo público al sumarle la deuda de particulares con entes extranjeros. El Gobierno constitucional de Alfonsín legitimó la medida, declarando a la totalidad de la deuda externa “de legítimo abono”, a la vez que inició una campaña de repudio a la guerra de Malvinas, dando comienzo a la “leyenda negra” que hoy subsiste.

El mismo Gobierno entregó a Chile el Canal de Beagle, con lo cual el país entonces gobernado por Pinochet pasó a ser una potencia bioceánica, controlando el estratégico paso entre el Atlántico y el Pacífico, rompiendo la Doctrina del Derecho Internacional que establece: “Argentina en el Atlántico, Chile en el Pacífico”. Fue una compensación de guerra, al aliado táctico que suministraba información a Gran Bretaña durante la Guerra. Baste recordar el agradecido discurso de Margaret Thatcher a Pinochet “por salvar tantas vidas de soldados ingleses”, o las recientes declaraciones del General Mathei, ex Comandante de la FACH (Fuerza Aérea Chilena). Los ingleses reconocen que, un solo día que el radar chileno no estuvo operable, la aviación argentina hizo estragos entre la flota agresora.

También llegó la vertiginosa devaluación de la moneda en varios ceros, la inflación y la hiperinflación. Los ajustes e impuestazos. Como en Alemania luego de Versalles.

Los militares argentinos fueron a dar al banquillo de los acusados, tanto por la derrota de Malvinas cuanto por la victoria contra el terrorismo. Había que “desmilitarizar la Argentina”.

El Gobierno que sucedió a Alfonsín entregó a empresas o países extranjeros el petróleo, el gas, el carbón, los teléfonos, la energía eléctrica, el acero, la línea aérea de bandera con todas sus rutas, y los servicios de cloacas y agua potable. La vasta red ferrovial, que vertebraba la dilatada extensión del territorio nacional, fue suprimida. Los puertos, aeropuertos, rutas y autopistas fueron “privatizados”. Había que “vaciar” la Argentina.

Se suprimió el servicio militar obligatorio, se cerraron astilleros navales, fabricaciones militares y fábricas de aviones de la Fuerza Aérea. Se desmanteló la fábrica del misil de largo alcance “Cóndor”, la Fábrica del Tanque Argentino Mediano (TAM) y la CONEA (Comisión Nacional de Energía Nuclear) que había logrado un desarrollo admirable bajo la dirección del Almirante Castro Madero. Las FFAA fueron reducidas a su mínima expresión, con un presupuesto insuficiente, cerrándose cuarteles a la vez que se disolvían batallones y regimientos. Se eliminaron las hipótesis de conflicto. Había que “desarmar” la Argentina.

La industria nacional cayó ante la avalancha de productos importados subsidiados o ingresados por una “Aduana Paralela”, que inundaron el mercado. Comercios, fábricas y empresas de todo tipo fueron a la quiebra. La deuda externa creció en proporciones geométricas, alcanzando niveles descomunales, en paralelo con la corrupción y el descrédito de la clase política. Había que “empobrecer” la Argentina.

Similares resultados

Las semejanzas no terminan acá, ya que también se dieron similares resultados a partir de “nuestro” Versalles.

La legión de desocupados incluyó a millones de argentinos, la mitad de la población quedó sumergida bajo la línea de pobreza y la miseria pobló las villas suburbanas. La otrora orgullosa Argentina se convirtió en un país de mendigos, pululando por las calles y hurgando entre los residuos para comer.

Surgieron los “piqueteros”, organizados y adoctrinados por grupos marxistas, encapuchados y armados con garrotes, apoderándose por la fuerza de calles, rutas, puentes y accesos, sitiando a Buenos Aires como práctica revolucionaria, tomando por asalto comisarías, ministerios, estaciones de servicio. La corrupción de las costumbres, el auge de la droga, la perversión sexual y la inseguridad son moneda corriente en el país. Se multiplican los paros, las “tomas”, y las marchas de protesta.

Reducida a ser una republiqueta anarquizada, anémica, desarmada y en estado de indefensión, la Argentina está limitada a exportar soja y subsidiar piqueteros.

Éste es el resultado del “Diktat de Versalles” impuesto a nuestro país luego de Malvinas. Entenderlo así, es empezar a descubrir las verdaderas causas de nuestros males. Algo de lo que no se quiere hablar.

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